Against all odds, I had a baby

Hace 8 días tuve a mi hijo, Liam, después de un embarazo maravilloso sin absolutamente ninguna molestia.

Les cuento desde el principio: yo nunca quise ser mamá, nunca estuvo en mis planes y siempre fui muy enfática en decir que no iba a tener hijos. Pero el 6 de diciembre de 2019 mi vida daría un vuelco impresionante y a mis 42 años me daría este regalo maravilloso junto a una pareja que me tenía guardada hacía 12 años. 


En el 2008 conocí a Andrew un viernes a finales de mayo en un bar, nos enganchamos y tuvimos un romance de una semana. Andrew, de Irlanda, estaba de viaje por el mundo y llevaba 5 meses en Colombia; ese viernes empezaba su última semana antes de irse a la India por 4 meses. Se fue un sábado por la tarde; nunca más volví a saber de él y la vida siguió su rumbo normal. 


Luego de superar una depresión y de muchos ires y venires, de golpes, errores y aciertos, por fin a finales de 2019 estaba logrando descifrar mi lugar en el mundo después de una dura etapa de ajuste. El 6 de diciembre, en medio de paros, trancones y frío, salí con una amiga medio de marcha, estuvimos en varios lados para terminar en El Coq. Cuando llegamos estaba mamada y medio rayada, había un ex por ahí que todavía merodeaba y justo esa noche había aparecido. Me dieron ganas de irme a mi casa, pero algo me dijo que me quedara, que dejara la bobada. Eso hice y la cosa mejoró. En la mitad de la noche alguien me tocó el hombro y volteo a mirar a este calvo, flaco de gafas con dos pepas azules y los dientes separados que me recordaba a alguien de mi pasado. Me pregunta: ¿eres Beatriz? y yo: si! ¿Te acuerdas de mí? Andrew, de Irlanda? y yo, con mis tragos encima, completamente incrédula, me acordaba perfectamente de él pero dudaba absolutamente que fuese él en realidad. Me tomó un tiempo aceptar que fuese verdad, pero cuando lo hice, me lancé a abrazarlo y atiné a decirle: huh! Esto debe significar que somos el uno para el otro!


Andrew se fue al otro día de vuelta a Irlanda y nuestra relación creció en medio de la pandemia, gracias obviamente a la tecnología. Durante nuestras conversaciones diarias surgió el tema de los hijos, yo le conté a Andrew mis preocupaciones y miedos y mi convicción certera de que nunca sería una buena mamá. Él me dijo que si quería tener hijos y me pidió que por favor considerara mi posición. Yo lo pensé seriamente por primera vez en mi vida y me dije que después de todo lo que había pasado, qué más daba intentarlo, todo lo que alguna vez había creído o pensando, había resultado ser un castillo de arena. Lo consulté con mi ginecóloga y empezamos a hacer todas las pruebas y exámenes necesarios, todo los resultados fueron normales. Mi único problema era un tema de tiroides y miomas en el útero. Programamos una cirugía para sacarlos y estar lista para cuando llegara el momento de verme con Andrew de nuevo, pero esa cirugía se aplazó y aplazó. En noviembre, cuando ya habían abierto los aeropuertos, Andrew decidió renunciar a su trabajo y venirse a Colombia a ver si funcionaban las cosas entre nosotros. Andrew llegó el 14 de noviembre de 2020, fuimos felices de por fin estar juntos. Nos fuimos a Cartagena unos días y al regreso, el 15 de diciembre, empezamos con síntomas de Covid, los resultados salieron positivos. Pasamos 24 y 31 los dos encerrados en mi apartamento de 37 metros cuadrados con mis dos gatos. El 31 de diciembre revisé mi app de la regla y me di cuenta que tenía 6 días de retraso (yo, la mujer con la regla más puntual del mundo). Andrew insistía que era un efecto secundario del Covid. El 1 de enero me escapé a la droguería y me compré la prueba más barata que encontré porque estaba segura que iba a ser negativa. Me metí en el baño sin decirle nada y la prueba en segundos salió positiva, salí del baño muerta del susto a decirle, Andrew, I AM PREGNANT! Él se paró del sofá y me abrazó, los dos muertos del susto por lo que venía. 


Cuando en la ecografía del tercer trimestre nos dijeron que todo estaba todo bien, Andrew se arrodilló y me pidió matrimonio. Nos casamos el 24 de abril durante el último encierro total que tuvo que aguantar esta ciudad.


Mi embarazo siguió su curso normal, sin ninguna molestia o incomodidad, tanto que solo empecé a aumentar de peso en el quinto mes. Nos mudamos a un apartamento más grande, Andrew consiguió trabajo y sacó todos sus papeles colombianos. Tomó curso de conducción y también sacó su pase, compramos carro y nos preparamos con todo el amor para la llegada de nuestro hijo, al que después de mucho pensarlo y hablarlo, decidimos llamarle Liam, un nombre tradicionalmente irlandés pero que suena igual en español.


Como yo nunca había pensado en tener hijos, pues sabía muy poco sobre el embarazo, la lactancia o los bebés. Casi todos los hijos de mis amigos y amigas son ya adolescentes, igual que mis sobrinos. Como muchas mujeres, tenía en mi imaginario absolutamente todos los mitos sobre la lactancia: que es difícil y dura, que la leche no le baja a todo el mundo, que algunas mujeres producen más que otras, que al tercer mes la producción disminuye, que la fórmula es mejor, etc… Pero a mediados de mayo una amiga, que a sus 46 años había tenido a su primer hijo hacía 9 meses, me invitó a almorzar a su casa y me abrió los ojos. Me contó su experiencia con la preparación para el parto y la lactancia, me habló de las doulas, fue la primera persona que me dijo que todas las mujeres producimos leche por igual y que decir lo contrario, era un mito; ella me habló del balón de pilates y de la importancia de mantenerse activa durante el embarazo. Ese mismo día llegué a investigar. Un mes después, en un shower que me organizó mi cuñada, otra amiga muy discretamente me llevó a una esquina y me empezó a hablar de la lactancia, me mencionó también el tema de los mitos, me habló de LactanciaMitos, la página de IG, la cual esa noche me devoré y para mi esto fue una revelación sin precedentes, no podía creer el universo que se abría ante mis ojos y no podía creer las mentiras que nos meten en la cabeza. Durante ese tiempo y luego de investigar, di con Anita y decidí contratar sus servicios. También empecé en Good Club haciendo pilates en piso y piscina. Mi sueño era tener un parto normal, aunque mi ginecóloga siempre se opuso, pero ella me seguía la cuerda. El tercer trimestre fue el más maravilloso del planeta, mi barriga crecía, tuve más trabajo que nunca, hacía pilates tres o cuatro veces a la semana, leí todo lo que pude sobre el parto y la lactancia, tenía mis clases con Anita, hice el curso de la Clínica de la mujer y me vi cuánto video encontré en YouTube, todo mientras saltaba como loca en esa pelota de pilates! 

En la semana 36 empecé a sentir contracciones falsas y empecé a seguir todas las indicaciones de Anita para atraer el parto: me tomé el aceite de ricino, subí las escaleras, tuve sexo, me comí los dátiles, me tomé 200 mil tés calientes, le echaba picante hasta al huevo. Me preparé para el trabajo de parto: compré la bolsa de agua caliente, agua de coco, calentador de ambiente, hicimos el masaje perineal, el manteo… Mientras, iba a clase en Good todos los días y se burlaban diciendo que el muchachito iba a salir hablando.


Llegó la semana 40 y Liam no daba señales de querer llegar, me hicieron una última ecografía y un tacto y el cuello seguía sin abrir. En la ecografía,que fue un viernes, salía que el líquido amniótico estaba bajo, pero que aguantaba, entonces programamos inducción para el siguiente lunes. 


Ese domingo me desperté normal, nos íbamos para un asado a la casa de mis papás para ver el partido y celebrar la inminente llegada de Liam, pero mientras me bañaba y vestía sentí que algo no estaba tan bien, no había sentido al bebé moverse desde que me levanté  y por más que lo molestara, él no se movía. Entré en pánico y se me activó el instinto maternal, le dije a Andrew: vámonos a la clínica. Ya teníamos la maleta lista los dos, los papeles, todo, así que terminamos de empacar y nos fuimos rumbo a la Clínica de la Mujer (Andrew se había hecho el recorrido tres veces antes, solo para saber bien cómo llegar y dónde parquear). Por el camino llamé a mi ginecóloga y luego a Anita. Yo llorando muerta del susto, ellas calmándome. Llegamos y me atendieron de una, el bebé estaba bien, cuando le vi su corazoncito, me calmé y por supuesto calmé a Andrew y a toda la familia. Mi ginecóloga me dijo: hoy nace. En la ecografía salió que el líquido ya estaba en un punto muy peligroso y cuando me hicieron la monitoria salió muy plana, efectivamente Liam se estaba moviendo muy poco. En eso llega Marcela (mi ginecóloga) y con cara de angustia me dice, te tengo que hacer cesárea, el líquido está muy bajito, es tu primer hijo, tienes 42 años, el bebé no se está moviendo, lo siento, pero te tengo que hacer cesárea. Yo le dije que por favor siguieramos con el plan de inducción, me hizo un tacto y ya tenía 1 cm de dilatación, pero cuando ella me hizo eco y vió el líquido, me dijo, no, te tengo que hacer cesárea ya. Salió a hablar con Andrew, a explicarle a él y a mis papás. Yo aun le rogaba que por favor, que por lo menos me dejara sentir lo que era una contracción, pero a mi ya me estaban canalizando y empelotando mientras me ponían la bata. Andrew no alcanzó ni a almorzar porque me llevaron a la sala de una. Estaba muerta del susto, yo soy generalmente muy tranquila y fresca, pero eso así de afán, como presionado, me hizo sentir muy insegura y asustada. Me sentaron en la camilla y me pusieron la anestesia, Marcela me hablaba muy pegadita y me decía que tranquila, que todo iba a salir bien, que esto era lo mejor. Ya acostada, yo seguía llorando, pero ella, la verdad, logró calmarme. Otra cosa que me hizo sentir bien fue estar rodeada de solo mujeres, enfermeras, médicos, auxiliares, solo mujeres, siempre para mi las mejores experiencias han sido trabajar con mujeres y con médicos mujeres, confío mucho en nuestro poder y en nuestra sabiduría. Cuando Andrew entró a la sala yo ya estaba calmada y lista. Y aunque efectivamente fue lo mejor, Liam se había hecho popó ya y como saben, eso es muy peligroso, todavía no le perdono a Marcela que me haya hecho cesárea y tengo mis reservas sobre el uso de este método de parto por sobre todas las cosas en este país y eso ha sido duro de procesar para mí.


La cesárea es una cosa impresionante, es rápida, uno no siente nada de dolor, pero si sientes que te están jalando los pulmones, es difícil de describir. Pero cuando oyes que tu bebe llora y te muestran esa cosa morada y arrugada y oyes que está bien, ya nada más importa. Tener a Andrew al lado agarrándome la mano fue muy especial, verlo llorar cuando nos mostraron a Liam y luego cuando lo pudo cargar, bueno, fue la culminación de una historia de 13 años. ¿Quién iba a pensar que al pedirle un cigarrillo al irlandés que tenía al lado en un bar a finales de mayo de 2008, iba a terminar en esto?


Me llevaron a la sala de recuperación y después de unos minutos eternos, me trajeron a mi bebé y por fin lo pude ver y lo pude sentir y tocar y tener en mis brazos. Una sensación indescriptible. Lo detallé milímetro a milímetro, no podía creer que esto fuese verdad, una persona, que salió de mi, hecha por mi y por Andrew. Es tanto el miedo pero es tanta la dicha! Nunca le tuve miedo al embarazo, ni al parto, ni a la lactancia, ni a las muchas noches sin dormir que me esperan. Mi miedo siempre fue el compromiso para toda la vida, la responsabilidad que cae sobre mí desde este momento.


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